Mónica Briones es otra amiga que he hecho a través de las redes. Una amiga con una historia que ha querido compartir con todos vosotros: la historia de cómo vivió el cáncer de su madre.
Un relato sobre:
- la «profesionalidad» de algunos médicos,
- de cómo estamos en manos de los servicios sanitarios,
- de cómo enfrentamos enfermos y familiares la noticia,
- del tabú de la palabra cáncer,
- de esperanza y desesperanza,
- de cómo nuestro entorno nos bombardea de información y cómo nos afecta,
- de sonrisas, superación y lecciones de vida.
Un relato en el que muchos nos veremos identificados y que agradezco enormemente a Mónica que lo haya compartido.
Te voy a contar mi historia, o más bien la de mi madre, que supongo que será muy similar a la que te habrán contado más de una persona que haya pasado por una situación similar.
Fue en el verano del 2007. Aquel verano en Madrid hacía mucho calor. Bueno, en realidad, en Madrid todos los veranos hace calor. Mi madre llevaba unos días quejándose de dolor de tripa, no tenía apetito y los médicos le decían que eso era del intestino, así que le dieron fecha para, si no recuerdo mal, finales de año. Ella seguía con dolores y cada vez más dolores. La doctora de cabecera decía que no entendía cómo estando en ese estado mi madre, no la ingresaban en el hospital porque mi madre llegó a ir cinco veces a urgencias y le decían que eso era del intestino y que se tenía que esperar a la fecha que le habían dado cita.Con el tiempo nos confesó que muchas noches, se levantaba sin que nosotros nos diésemos cuenta, se iba al cuarto de estar, se ponía la bolsa caliente, en pleno verano en Madrid como te he dicho, y se tiraba al suelo porque no soportaba el dolor.
La doctora de cabecera estaba que no daba crédito. Hizo una carta pidiendo que, por favor, a mi madre, la ingresaran en medicina interna y nos pidió que la entregásemos en atención al paciente. En un principio no nos hicieron caso, pero estando allí y en ese momento, mi madre se mareó, llamaron urgentemente al médico y ese mismo día la ingresaron.
Estuvo, si no recuerdo mal, tres días en el pasillo de urgencias. Dándole toda la noche la luz en la cara, por lo que, la pobre, no podía ni dormir. Luego encima tienes que oír que no hay colas de espera, que urgencias funciona bien, que no hay problemas de camas…. ¡mentira! No habrá problemas de esos o de ese estilo, para la gente que se puede permitir ir a un hospital privado, pero la sanidad pública no funciona de ese modo, y si eso fue por aquella época, no quiero ni pensar cómo será la situación actual con los dichosos recortes.
De ahí, cuando ya la dieron habitación, la subieron a la planta 10ª, a medicina interna. Entonces empezaron las pruebas, análisis, radiografías… y saber el significado verdadero de dos palabras muy importantes: paciencia y espera. No es fácil tener paciencia y saber mantener la tranquilidad ante la espera, que desespera, y más cuando el tiempo corre en tu contra, sobre todo, una vez que por fin, nos dijeron lo que verdaderamente tenía, que no era por supuesto nada que ver con el intestino sino algo más serio.
Recuerdo que me costó entender lo que realmente tenía mi madre. Te parecerá una tontería pero uno piensa que estas cosas siempre le ocurren a los demás y nunca a uno mismo. Pero ocurren y nadie puede tener la seguridad plena de qué no le toque vivir una situación semejante. Mi madre siempre dice que cada día nos toca llorar a unos.
Una de las veces, estábamos en el pasillo de la planta y estaba con mi padre y dos de mis tíos. La hermana de mi padre y su marido. Le pedí a mi tío que por favor entrase conmigo a hablar con la doctora porque si yo no entendía algún término, debido al desconocimiento o los nervios o por ambas cosas a la vez, él podría echarme una mano. Entramos y lo primero que me dijo la doctora es que ya le había informado a mi padre. Yo le contesté que había informado a mi padre pero que ahora quería que me informase a mí que soy la hija. Accedió y lo hizo. Empezó refiriéndose a mí madre como la paciente 10.15.1 (10 la planta, 15 la habitación y 1 la cama) a mí me sentó fatal y recuerdo que le recriminé que mi madre no era un número, que tenía nombre y apellidos. Entonces ella prosiguió refiriéndose a mí madre por su nombre. Eso de llamar a una persona por un número, me pareció una forma muy fría de hablar de una persona y me dolió doblemente porque esa persona encima era mi madre.
A la pregunta de qué tiene mi madre, ella me dijo que tenía un linfoma no hodking tipo B de célula grandey yo la dije, mira, no sé que es un linfoma como para encima me vengas a decir que es del tipo este o aquel. Entonces, ella me dijo que, para que yo lo entendiese, un linfoma venía a ser como la “prima hermana” de la leucemia. Yo dije, vale, leucemia, esa palabra sí conozco, es decir, mi madre tiene cáncer. El resto de la conversación no la recuerdo pero supongo que serían explicaciones sobre las pruebas que le harían y cosas de ese estilo. Lo que sí recuerdo es que mi tío le preguntó si tenía metástasis y ella dijo que sí.
Fuera, nos estaban esperando mi padre y mi tía. Yo dije que mi madre se podía recuperar porque hoy en día hay muchos adelantos y si otros se habían curado, mi madre también. Ellos me dijeron que o no lo entendía o no lo quería entender: Mi madre tenía cáncer y encima con metástasis, por lo tanto, ya estaba todo dicho. Pues no, no estaba todo dicho, y la prueba está en que mi madre, después de cinco años, está aquí con nosotros. Por eso me da rabia cuando la gente pronostica lo que va a pasarsin saber el daño que pueden hacer esas palabras y, lo que es peor, sin ser ni médicos ni adivinos. Pero si algo aprendí de esa experiencia es que, cuando pasa un caso como este, surgen médicos hasta de debajo de las piedras y es un error dejarse guiar por ellos, aunque no dudo que lo hagan con buena intención, pero eso te lía más, y si ya tienes la cabeza como un bombo y el corazón en un puño, si encima te bombardean a datos que en la mayoría de los casos son erróneos, pues mucho peor.
Aquella travesía, guerra o como se le quiera llamar no había hecho más que empezar.
Por aquel entonces, la pareja de mi vecina, estaba también ingresado por un caso similar, pero él llevaba un camino un poco más adelantando que mi madre y mi vecina, nos iba informando de lo siguiente que le iba a pasar a mi madre y lo peor de todo, es que iba acertando…
A todo esto, una doctora, me explicó de modo muy clarito y usando un lenguaje claro y sin tecnicismos, las posibilidades de mi madre. Ella me dijo que mi madre tenía un linfoma y que era muy agresivo pero que con tratamiento eran de los que respondían mejor, llegando incluso a la cura completa. Entonces yo dije: vale, entonces lo mejor que le puede pasar es que empiece ya con el tratamiento no? Y la doctora me dijo que sí, pero que había que esperar que lo dijesen los hematólogos. Otra vez con la dichosa espera y precisamente nosotros no estábamos para esperas sino todo lo contrario. Mi madre sin tratamiento duraría de seis a dos años pero con el tratamiento se podía curar por completo. Por si eso fuese poco, mi madre tenía anemia que sólo se vencería si empezaban con las transfusiones de sangre y la quimio pero como aún no teníamos la respuesta de los hematólogos, pues nada… seguía con la anemia. Además, no tenía apetito, según ponía en su informe médico, tenía anorexia e iba perdiendo peso… vamos que era un cuadro médico bastante lamentable.
Por fin nos dijeron los hematólogos que se hacían cargo del caso y a mi madre la pasaron de la planta décima a la planta sexta diagonal, que era para enfermos hematológicos.
A todo esto, mi vecino falleció y mi vecina, que cuando nos veía nos preguntaba. Nos dijo que si le habían bajado ya a la sexta como ella nos había dicho y yo le dije que sí. Nos preguntó por el número de habitación en la que estaba mi madre, se lo dijimos, y nos dijo que esa era en la que estuvo su marido y que allí murió. Imagínate como me sentí yo, tenía miedo y mentalmente me fui preparando para lo peor. Aún así, tomé la determinación de escuchar sólo al doctor y jefe de equipo y él me dijo que allí había muchos enfermos, que muchos habían pasado y muchos pasarían, pero que no nos guiásemos por las opiniones de cada uno porque cada persona es un mundo, no todos los cuerpos son los mismos y por lo tanto, cada uno responde al tratamiento de un modo diferente, tanto, que ni los propios médicos pueden predecir lo que pueda suceder.Ese mismo doctor también me dijo que los médicos no son ni adivinos ni dioses. Conclusión, dependía del cuerpo de mi madre y de cómo respondiese al tratamiento.
Lo peor o una de las peores cosas, creo que fue, cuando al día siguiente que le bajaron a la planta sexta, le pincharon en la espalda para sacarle una muestra del tumor. No recuerdo cómo se llama esa prueba pero sí recuerdo los gritos que pegaba mi madre.
Nos dijeron que la primera sesión se la daban en planta pero que luego y tal como estipulaba el protocolo, el resto de las sesiones se las darían en el hospital de día cada tres semanas y el ciclo serían seis sesiones.
Uno o dos días antes de que le diesen el alta hospitalaria, tuvimos una reunión el jefe médico, una psicóloga, mi padre, mi madre y yo. En esa reunión en ningún momento llegaron a nombrar la palabra temida para mi madre. Ella no hacía más que decir, que ella lo único que pedía era no tener cáncer. Le dijeron que tenía un linfoma y mi madre, que no sabía lo que era eso, se quedó tan contenta. A veces, la ignorancia o el no querer ver realmente la realidad, nos hace afrontar mejor las adversidades. El médico dijo que era una enfermedad dura pero que había muy buenos tratamientos, y mi madre se quedó con ese mensaje. De hecho, mi madre, hoy en día y después de todo el tiempo que ha pasado, ella dice que tuvo una enfermedad en los ganglios de la que hay muy buenos tratamientos. Jamás dice la palabra cáncer, es más, cuando yo alguna vez la he pronunciado ella me lo ha recriminado diciéndome que no diga esa palabra porque asusto a la gente.
Después de eso, continuó el tratamiento pero en el hospital de día. Cada tres semanas iba dos días. Uno para la quimio y otro para el tratamiento de las clonocélulas (seguro que tiene un término concreto pero le desconozco).
En la mitad del ciclo, cuando llevaba tres sesiones, le hicieron un tac para ver cómo iba respondiendo al tratamiento y los pronósticos eran muy buenos. Cuando terminaron con el ciclo, le hicieron otro tac y ya nos dijeron que estaba limpia.
Dicen que de todo lo malo siempre se aprende una lección y te puedo asegurar que yo aprendí más de una.
Yo creo que una de las primeras lecciones que aprendes, es valorar la vida día a díay llamar problemas únicamente a lo que realmente lo es, porque todo lo que tiene solución, mejor o peor, más tarde o más pronto, no es un problema sino una incidencia.
Otra lección que aprendí y que tengo muy presente en mi vida, es afrontar las cosas con una sonrisa porque, como yo digo, la vida con una sonrisa se ve de otro color. Por eso me asombró ver las “sonrisas” de las personas que encontré en tu página web. Me gustó mucho. Yo soy una persona más bien tímida y me cuesta sonreír, pero ante las dificultades intento hacerlo. Me gusta que la gente sonríay admiro a la gente que lo hace sin ninguna dificultad.
Haciendo alusión al “poder de la sonrisa”te quiero contar un caso de una persona que estaba en planta como mi madre. Era una chica de unos ojos azules claritos preciosos que estaba embarazada. Me cruzaba con ella casi a diario por los pasillos de la planta y siempre nos saludábamos con unos buenos días o buenas tardes y ella, además, siempre me regalaba una sonrisa. Jamás me atreví a preguntarla por su bebé, aunque muchas veces lo pensé pero me daba mucha vergüenza. Tenía una sonrisa preciosa, muy bonita. Supe poco después, que ella se enteró de la noticia de su enfermedad en una revisión rutinaria a la que acudió por su embarazo: El feto está muy bien pero tienes un tumor. Fuerte ¿verdad? De inmediato fue ingresada y por lo visto, la empezaron a dar quimio pero flojito. Parece ser que el feto impedía que el tumor avanzase más rápidamente de lo habitual. Supongo que son cosas de la madre naturaleza que es muy sabia. Me contaron que tuvo al bebé, una niña, y ella fue ingresada para hacerle el trasplante de médula.
Y bueno, esa fue la historia de mi madre.
Un abrazo Cristian.
Mil gracias Mónica por tu relato y por tu preciosa sonrisa.
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